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CULTURA

"LA CIUDAD BORRADA"  Juan Miguel Margalef
(La Opinión, 6-7-07)

La Ciudad BorradaLa conservación del patrimonio de Cartagena, que es una de las ciudades de la costa mediterránea española con mayor concentración de yacimientos y edificios históricos, es una larga secuencia de torpezas y errores. Ni la declaración de conjunto histórico de 1980, por real decreto, ni la Ley de patrimonio (16/85), ni las diversas corporaciones y gobiernos que han pasado por el Ayuntamiento y la Comunidad han conseguido atajar hasta ahora el progresivo deterioro que ha hecho que la ciudad perdiera su pasado esplendor. En los últimos años el proceso se ha acelerado aún más al realizarse remodelaciones urbanas que están destruyendo la trama urbana en amplias zonas de la ciudad.

Las inversiones millonarias del Ministerio de Fomento, que ha restaurado la casa consistorial; de la Fundación Caja Murcia que se esta ocupando del teatro romano; de la Universidad Politécnica y de Puerto de culturas -todos con la ayuda de los fondos europeos- han conseguido apenas rehabilitar algunos edificios significativos, que se alzan espectralmente en medio de un laberinto de solares en el mismo centro de la ciudad. La monumentalidad de Cartagena que reconocía el Real decreto 3046/80 se ha ido perdiendo con la demolición de edificios clasificados, con actuaciones indiscriminadas y con mala arquitectura en definitiva.

Gran parte de la riqueza patrimonial de Cartagena en el más inmediato pasado procede de la relevancia que le otorgó Carlos III en el siglo XVIII. El monarca ilustrado propició grandes inversiones que configuraron una ciudad fuertemente amurallada, dotada de todos los servicios necesarios (Hospital, cuarteles, prisión) y organizada en torno a un arsenal que revolucionó la ingeniería naval y donde se aplicó por primera vez en España la máquina de vapor. Todo ello protegido por una red de fortificaciones de primer orden a lo largo de la costa.

La fiebre de la plata de finales del XIX en la sierra Minera de Cartagena-La Unión contribuyó a dotar a Cartagena de magníficos edificios civiles y de una red de villas de recreo en la periferia, algunas de las cuales no tienen nada que envidiar a las torres de Valvidriera de Barcelona. Uno de los edificios más significativos y la demostración de ese poder administrativo y de la pujanza económica de la ciudad es la casa consistorial.

Sin embargo, a lo largo del siglo XX el patrimonio histórico de Cartagena sufrió serios menoscabos como consecuencia de distintas crisis, de la pérdida de poder administrativo y militar, y de ciertos procesos urbanísticos. El más importante de estos últimos fue la pérdida de las murallas en la zona de tierra, que propició la apertura del ensanche pero que también facilitó la inundación de la ciudad.

Ya en la segunda mitad del siglo XX el urbanismo descontrolado descargó los primeros golpes de muerte con la construcción de edificios como el Banco Popular en la Calle Mayor, los que se alzan frente a la casa Consistorial y otros muchos en las puertas de Murcia y en las Calles del Carmen, Sagasta, Florentina y otras. Hasta el gran hotel, que es uno de los edificios más significativos del modernismo, corrió entonces peligro de ser declarado en ruina.

Un grupo de ?nuevos ilustrados? encabezados por el Arquitecto Pedro San Martín Moro -descubridor, por cierto, del teatro romano- apoyados por el ministerio de Cultura y la Academia de Bellas Artes de San Fernando consiguió la declaración de conjunto histórico para Cartagena en 1980. Entre otras medidas el real decreto reclamaba la elaboración de un plan especial que ha tardado 25 años en ser publicado.

La ciudad borrada, es una crónica de los últimos veinticinco años que coinciden con el periodo democrático. Las escasas convicciones proteccionistas de los años 80 y una cierta demagogia que quería acabar sistemáticamente con todo lo viejo tuvieron como consecuencia un Plan general del 87 descafeinado e impreciso del que actuó como ?custodio? el Servicio Regional de Patrimonio y los consejos asesores de Patrimonio y arqueología hasta 1995. Durante ese periodo, que también coincidió con una crisis económica, la conflictividad se concentró en el aspecto arqueológico. En 1994 el Plan Urban que formaba parte del Plan Especial de Cartagena pudo haber puesto remedio al deterioro de la ciudad en la zona del barrio universitario pero su aplicación coincidió con el final de una etapa política y con el principio de otra en la que se ha aplicado el liberalismo puro y duro. Muestra destacada de ello son las remodelaciones urbanas que se están produciendo en estos momentos, que están acabando con la trama urbana y que no parece que puedan sacar a la ciudad de su marasmo en los tiempos que se avecinan de parón constructivo.

El futuro del conjunto histórico de Cartagena no es muy alentador a la vista de licencias como la del nº26 de la Calle del Carmen y del edificio Cónsul que contradicen flagrantemente las propias ordenanzas municipales y en concreto el decreto de fachadas y el Plan especial recientemente aprobado. Tampoco parece que el Ayuntamiento de Cartagena esté dispuesto a cumplir con el decreto de solares de 2004 que teóricamente debería obligar a construir en los solares existentes y del que no se ha desarrollado la pieza fundamental que es el registro de solares.

Por si todo esto no fuera suficiente el Gobierno regional, que sigue incumpliendo su propia ley de Consejos asesores, aprobó en los últimos días de la legislatura pasada y a pesar de un duro informe en contra del Consejo Jurídico regional una ley de patrimonio regional que liberaliza aun más las desclasificaciones de edificios protegidos y facilita las demoliciones.

Referencia a la Actividad de Presentación del Libro "La Ciudad Borrada"

Juan Miguel Margalef .
Miembro de Foro Ciudadano de la Región de Murcia.

 

 
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